Un almuerzo en Barcelona a fines de 1977
Ángel Rama: "cargado del ominoso clima uruguayo"
CMM "nos cuenta de la muerte de Julio Castro"
30 de diciembre de 1977 [Barcelona]
Almorzamos con Carlos Martínez
Moreno, a quien ayer encontramos por azar en una librería (a mis espaldas una
voz conocida pregunta por el libro de Bataille sobre el mal). Más decidido a
quedarse en España después de una llamada telefónica de su mujer que está en
Montevideo y que vendría con su hijita en Marzo. Cargado del ominoso clima
uruguayo, nos cuenta de la muerte de Julio Castro,
de la persecución a los abogados, de las mil sevicias del régimen. Es un chorro
furioso de historias mientras come vorazmente y transpira. No está aquí aún:
sigue allá debatiéndose y a través de sus cuentos es la razón humana la que
está siendo violentadas sin cesar, esa razón a la que él le confiere fuerza y
lo preserva de la desintegración que acecha en estos tiempos de represión
kafkiana, Noticias de escritores: Visca,
progresando en el régimen, Etcheverry,
transmutado en obediente ministro, el mismo [Mario] Benedetti, con quien
almorzó en Madrid, transformado en funcionario cubano. Las iglesias por doquier
y cada vez menos individuos que piensan. Desdicha general de la América Latina.
La tortura como un incidente
cotidiano. Presume que Julio Castro se les murió en esas prácticas; ya a los
cinco días de su detención se dijo al abogado y a la mujer que no estaba en
ninguna dependencia militar y policial y cuando el Goyo Álvarez
llegó a su nuevo cargo militar (había sido compañero de Julio) y a pedido de
ellos había viajado a Buenos Aires dos días antes de la nominación del general
Álvarez, quién evidentemente quiso deslindar su responsabilidad en un caso tan
atroz. Según Carlitos lo único que querían saber era la complicidad del
embajador de México (el anterior ya no está en
el cargo) en el trasiego de correspondencia a opositores (presuntas cartas de
Quijano a Julio Castro) no se sabe para qué, si acaso para inculpar al gobierno
mexicano de interferencia en asuntos uruguayos.
(…)
Carlos Martínez Moreno procura la
publicación de un libro de cuentos
(uno fue premiado en la Universidad de Puebla, México) tropezando con la apatía
editorial en tema latinoamericano y el poco entusiasmo que Carmen [Balcells]
pone en escritores que no le redituan buenos dividendos económicos. Critica
duramente el último libro
de Mario Vargas que considera en un nivel de Corín Tellado y que tan por debajo
está de su anterior producción. Es la opinión generalizada: le cuento, lo que
nos decía Gabo [García Márquez] en Caracas estimando que Mario ya sólo apostaba
al número de ejemplares de la tirada.
6 de enero de 1978.
Almorzamos auer en casa de Carlos
[Rama], con Martínez Moreno y la sobremesa se prolonga hasta la noche recayendo
obligadamente en el Uruguay. Carlos Martínez Moreno es una portentosa colección
de historias a cual más macabra o irracional sobre la represión militar, las
que cuenta toda precisión (fechas, nombres, articulación narrativa) y con una
gozosa pasión literaria: son casos del código penal en la boca de un gran
penalista, que me hacen pensar en Flaubert y que C.M.M. maneja tanto para
informar de la dictadura militar como para construir su literatura.
Lo exhortamos a que se consagre por
un año, aquí, a escribir sobre todo ese material. Por su condición de abogado
defensor dispone de un material asombroso y de un conocimiento interno de lo
ocurrido. Y, cosa que me parece tan importante como eso, de una perspectiva
equilibrada, atenta y cordial para sus protagonistas pero a la vez consciente
de los errores que permite la mejor restauración de la verdad histórica.
Cuenta una historia que le apasiona,
a la que querría consagrar una novela,
que es la de la estancia Espartaco que les servía de pantalla a los tupas. En
ella habían construido un gran refugio (berretín o tatucera) que por azar
descubrió un peoncito rural buscando un animal extraviado. La comunidad debate
qué hacer con ese pobre muchacho y concluye resolviendo su muerte, para la cual
se relama la presencia de un practicante que viene de Montevideo y que no lo
conoce, quien le inyecta pentotal hasta matarlo. Descubiertos posteriormente y
torturados, confiesan el hecho e indican dónde fue enterrado y quién lo
ejecutó, el que es detenido y condenado. Carlitos evoca el precedente de Sartre
(Les mains sales) pero yo recuerdo a
Dostoiewsk (Los demonios, Crimen y
castigo) y en general el drama de los movimientos revolucionarios
debatiendo entre fines y medios (Koestler). Es un tema terrible: ¿en qué
consiste una moral revolucionaria y en qué medida la hace, fuera de los
precedentes y tradiciones, la circunstancia concreta y límite que se vive, ante
la cual la conciencia se opaca por la perspectiva idealista y utópica de los
fines?
La tarde angustiosa, a pesar del
brío y la alegría con que Martínez Moreno cuenta, se distiende con la hilarante
historia de cómo Mario Arregui
se hizo prender después que Gladys Castelvecchi,
su ex mujer, fuer detenida por actividades gremiales ilícitas, para ser también
preso de la dictadura y reivindicar su calidad de comunista que en el
departamento de Flores queda encubierta por la de rico estanciero y de hombre
portentosamente cordial y campechano.
Larga atención al proyecto de una Marcha en el exilio, que
también le interesa al gordo. Le cuento el año entero que tuve con Quijano en
1976 para persuadirlo del proyecto, sus reticencias y su situación en México.
Él cree que podría convencerlo, pero yo soy escéptico después de mis diálogos
con él y de las objeciones que a la idea formulaban Ardao y Pepe Quijano, el
hijo. A los dos Carlos les interesa ese proyecto mucho más que el de la revista
de libros que ahora propone Alsina y son conscientes de que Quijano se sentiría
fortalecido con nuestro respaldo, mucho más que con la similar propuesta que le
hicieron [Carlos María] Gutiérrez, [Mario]
Benedetti, [Ernesto] González Bermejo, en una carta que don Carlos me mostró en
México, dada nuestra mayor afinidad intelectual e ideológica con sus
posiciones.
Quizá ya sea tarde para Quijano
(tiene 77 años) pero de todos los ex integrantes, sólo Martínez Moreno podría
tomar las riendas de una Marcha en el
exilio, pues a su prestigio y capacidad periodística une un abanico amplio de sectores
de opinión que lo respetan: los ultras que antes le eran tan críticos, se han
silenciado en vista de su tarea denodada de defensor de presos políticos.
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