Carta de
Carlos Martínez Moreno a Carlos Quijano sobre la desaparición de Julio Castro
“Aquella negativa del ESMACO
nos dio muy mala espina”
Montevideo, 12 de agosto de 1977.
Estimado Dr. Quijano:
Voy a atenerme a los datos
comprobados y averiguados en torno a la desaparición de Julio Castro.
Julio y su mujer regresaron de Santa
Lucía del Este, donde habían pasado su fin de semana, la noche del domingo 31
de julio.
Encontraron, arrojado debajo de la
puerta, un billetito de un amigo por el cual se les comunicaba que el Dr.
Eugenio Petit Muñoz había fallecido y se le daría sepultura a las 11 de la
mañana del lunes 1ª de agosto en el Cementerio del Buceo. El informante, cuya
identidad me consta, agregaba que la policía había prohibido la publicación de avisos
fúnebres, en previsión de que el entierro del Dr. Petit Muñoz, tan conocido y
estimado, se utilizara como pretexto para una demostración pública contra la
dictadura.
Julio salió, pues, esa mañana del
lunes con destino a asistir al entierro. Y desapareció sin haber llegado a él.
O sea, que la desaparición ocurrió entre las 9 y las 11 de la mañana del lunes
1º de agosto.
Julio le había dicho a Zaira que
daría un par de vueltas antes del sepelio. La primera de esas vueltas que pudo
establecerse sin la menor duda. Consistió en la visita a casa de un amigo en la
zona de Villa Dolores, y en su transcurso no ocurrió nada digno de mención, al
Terminar la visita ese amigo, de iniciales E. Q. acompañó a Julio hasta que
éste tomó el volante de su camioneta rural Indio y se puso en marcha, sin que
nadie lo interceptara. Este amigo, con quién hablé personalmente y que se ha
movido en pos de la pista de Julio, con una devoción indudable, cree saber
hacia dónde iba Julio, pero no puede afirmarlo.
Habría ido a casa de otro amigo suyo
en Pagola y 26 de Marzo, y al salir de allí, ya para dirigirse hacia el Buceo,
habría sido abordado por dos funcionarios de la represión, aparentemente
Fusileros de la Marina quienes lo flanquearon y lo hicieron conducir, con rumbo
desconocido.
Esto es todo lo que se sabe.
Hablé también con esta segunda
persona, de quien tengo un muy buen concepto, pero –a falta de una
manifestación suya espontánea- me abstuve de indagar. Zaira y el hijo de Julio
habían concurrido a la Comisaría 4ª y denunciado la desaparición de Julio.
Al tomar conocimiento del hecho, la
noche del lunes, concurrí a casa de Julio, me impuse de lo que se había actuado
y sugerí presentar al ESMACO [Estado
Mayor Conjunto] un certificado médico de salud, sobre el estado de las dolencias
de Julio. Este había asegurado a Zaira que, antes de que pudieran violentarlo,
prevendría a sus aprehensores acerca de la fragilidad de su estado y de la
posibilidad de que ante cualquier maltrato, sucumbiera, visto los dos derrames
meníngeos que ya había experimentado. No podemos saber si formuló esa
prevención, personalmente, y conociéndolo, creo que debe haberlo hecho.
El certificado detallado de salud
–una suerte de historia clínica del paciente- lo pediría Zaira al Dr. García
Güelfi, el neurólogo que lo había asistido.
Se redactó un escrito muy cuidadoso,
dirigido al ESMACO, que sería acompañado por el certificado. Este fue
solicitado al Dr. García Guelfi el 3 de agosto, pero como en la primera fase de
su dolencia Julio había sido tratado por el Dr. [Pablo] Purriel (ya fallecido)
hubo que acudir a los archivos de éste y localizar allí la primera ficha
médica.
El Dr. García Güelfi lo hizo y
redactó un certificado médico explícito y muy elocuente, que fue presentado al
ESMACO, con el pequeño escrito redactado por mi, en el cual no se afirmaba que
Julio fuera prisionero del ESMACO, en la total negativa de las autoridades
acerca de que lo tuvieran en sus manos, y simplemente se precavía la
posibilidad de que llegar a sus dependencias, alertando con la autoridad
técnica del informe del Dr. García Güelfi, acerca de los riesgos en que pudiera
estar incurriéndose.
Escrito y certificado médico se
presentaron sin más dilaciones, pero el oficial del ESMACO que recibió a los
familiares de Julio, lo admitió sin que eso significara aceptación de que lo
tuvieran entonces o lo hubieran tenido antes preso. Anotaron el número de
teléfono de Zaira y casi en seguida –no sé bien si al día siguiente- la
llamaron para pedirle que concurriera a recoger los recaudos, porque de la
averiguación practicada surgía que Julio nunca había estado preso en
dependencias militares. Tanto a E. Q. como a mí, que nos veíamos prácticamente
a diario, aquella negativa del ESMACO nos dio muy mala espina. E.Q. fue
interrogado con rigor por agentes de la represión –no sé si policías o
militares- y tratado con rigor, aunque entiendo que no castigado. Zaira
contestó por teléfono al ESMACO que tenía fotocopia de todos los recaudos
presentados, por lo cual no retiraría los que había llevado días atrás.
Y en eso nos hallamos a la fecha de
hoy. Se actúa incansablemente –E.Q. es quien más se mueve, con una dosis de
lealtad a Julio que le viene de los días en que fue su discípulo- y lo único
que sabemos es desalentador. Parece que hay diecisiete centros de represión
–entre Ejército, Aviación, Marina y Policía- cada uno de los cuales puede
actuar “por la libre”, sin que lo sepa ninguno de los otros ni darle cuenta de
sus pesquisas. ¡Diecisiete, ni uno menos, desde la famoso OCOA, a la cual en la
jerga militar se le llama “la cuerda”, hasta los regionales y navales!
Cuando sepa algo más, se lo haré
llegar sin demora.
Con un abrazo de
CMM
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Fuente:
"Dr. Carlos Martínez Moreno. Ensayos. Tomo II",
Cámara de Senadores.
Montevideo, 1994.
Págs 75 - 77.
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